Chuck Schumer y Bernie Sanders no siempre están de acuerdo. El primero es parte del establishment del Partido Demócrata, el líder de minoría en el Senado. El segundo, el precandidato presidencial más a la izquierda del espectro político estadounidense.
Sin embargo, coinciden en algo: ambos consideran que es momento de limitar las operaciones de recompra de acciones que realizan las compañías que cotizan en el mercado de valores de Estados Unidos. Su argumento es que “la auto indulgencia corporativa se ha vuelto un problema para la clase trabajadora y para las perspectivas de largo plazo de la economía”.
El año pasado, las empresas del S&P 500 gastaron más de 800 mil millones de dólares para reducir el número de títulos en circulación, según datos de S&P Global Ratings. John Authers, el columnista de mercados de Bloomberg, dijo que el monto que las compañías estadounidenses han gastado en operaciones de recompra de acciones desde el 2008 excede la inyección total de liquidez que la Reserva Federal ha insertado al sistema financiero a través de los programas de relajamiento cuantitativo (quantitive easing, en inglés) de la política monetaria en este periodo.
Si eso no es lo suficientemente impactante para poner en perspectiva la distorsión que implica este fenómeno para los mercados, Moody’s ofrece dos datos adicionales: las compañías americanas están gastando más en recompra de acciones y pago de dividendos que en impuestos, además de que estas entidades representan el 100% de las adquisiciones netas de acciones desde el 2008. Es decir, fuera de los programas de recompra de acciones, tal como escribió recientemente el propio John Authers, no hay compradores adicionales de renta variable.
Lance Roberts, de Real Investment Advice, argumenta que esta estrategia es una herramienta que genera poco valor para los accionistas y que reemplaza el gasto en capital de largo plazo por una a corto plazo, dirigida a consolidar un solo indicador financiero: la utilidad por acción, que comúnmente está asociada a los bonos de compensación de los ejecutivos de estas empresas.Su tesis, sustentada en un documento de Harvard Business Review, plantea que los incentivos están
alineados para que los gerentes incurran en este tipo de operaciones, aún si comprometen el futuro financiera de la firma.
La única manera en que se puede capitalizar el impulso que las operaciones de recompra de acciones ofrecen al precio de los títulos en el corto plazo, es si los tenedores salen al mercado a vender. Esto es poco usual para los accionistas de la compañía y una práctica común para los ejecutivos de la misma, según un reporte de la Comisión de Intercambio de Valores de Estados Unidos.
El caso más emblemático del riesgo que implica sustituir la inversión en capital de largo plazo por estrategias de ingeniería financiera y recompra de acciones es el de Boeing. El constructor de aeronaves ya contratista de defensa, enfrenta un severo problema de credibilidad frente a los mercados debido al fallido lanzamiento de su avión 737 Max. Algunos analistas ponen en tela de juicio si este fracaso se debe a que la compañía, que cuenta con altos costos de capital, no invirtió lo suficiente en su producto y utilizó “los ahorros” para financiar una recompra del 25% de sus acciones (devolviendo 43 mil millones de dólares).
Éste es el contexto que explica por qué prominentes liderazgos políticos de Estados Unidos, incluido el senador republicano Marco Rubio, están considerando limitar las operaciones de compras de acciones, uno de los elementos esenciales de los mercados accionarios en el periodo posterior a la crisis global. Esto ocurre en un clima marcado por las crecientes denuncias públicas relacionadas con la desigualdad de ingreso y de riqueza, así como el reclamo en relación a la preponderancia del sector financiero frente al sector real de la economía.