El comportamiento de la economía estadounidense es envidiable. Observa una elevada creación mensual de empleos que no es más que un reflejo de su fortaleza, acompañada de baja inflación y con pocos indicios de que en el corto plazo vaya a dar alguna sorpresa. Sin embargo, es probable que de manera oculta aún se esté incubando un gran problema.
Sin ir lejos, la semana pasada el Departamento del Trabajo de EU dio a conocer que en febrero se crearon 313 mil nuevos puestos de trabajo no agrícola, mientras que la cifra del mes anterior fue revisada al alza de 200 mil a 239 mil. Vale decir que en el primer bimestre se creó más de medio millón de empleos (552 mil). Si se sigue a este ritmo no sería nada raro que el cierre del año se cierre con una creación de 6 o 7 millones de empleos, la cifra más alta de su historia.
Pero no sólo eso, la tasa de desempleo se ubicó en 4.1 por ciento, una de las cifras más bajas en su historia, pero con la particularidad de que por onceavo mes consecutivo se ubicó por debajo de la tasa que según la oficina de presupuesto de Estados Unidos es de pleno empleo (4.7 por ciento). En otras palabras, la tasa de desempleo se mantiene por debajo de lo que se podría considerar una zona de pleno empleo.
Adicionalmente, lo relevante es que el ingreso laboral (salario) promedio por hora disminuyó su ritmo de crecimiento anual en febrero, de 2.89 por ciento a 2.6, indicando de este modo que el mercado laboral pese a estar alrededor de una situación de pleno empleo, no muestra indicios de presiones salariales importantes que permitan inferir que está entrando a zona de sobrecalentamiento.
El mejor de los mundos en EU: fuerte crecimiento económico y del empleo sin indicios de presiones salariales, ni inflacionarias. Sin embargo, como es lógico suponer, esto no puede sostenerse indefinidamente. En algún momento va a escasear la mano de obra y se utilizará plenamente la capacidad instalada de las empresas, por lo que cabría esperar que empiecen a subir los salarios y, junto con ellos, la inflación.
Lo preocupante, sin embargo, es que la política económica estadounidense se ha vuelto pro cíclica. Alienta el crecimiento en circunstancias en que la economía está creciendo a su máxima potencia. Las tasas de interés aún se mantiene en niveles muy bajos (1.5 por ciento anual, cuando se supone que la tasa tiene efectos neutrales sobre la economía alrededor del 3.0 por ciento), por lo que sigue alentado el gasto privado tanto de consumidores, como de empresas. Por otro lado, como se sabe, el Gobierno del Presidente Donald Trump aprobó a fines del año pasado la reducción de impuestos a las familias y a las compañías, por lo que dicha medida también favorecerá el crecimiento del gasto privado, debido al aumento del ingreso disponible que recibirán.
La respuesta de la economía a estos estímulos tendrá que darse necesariamente por el lado de la producción, de las importaciones (que deteriorará la balanza comercial y la de cuenta corriente) y, en última instancia por el lado de la inflación.
Pues, como puede apreciarse, esta combinación de factores no es del todo halagüeña. Estados Unidos no sólo está observando un fuerte crecimiento económico (y del empleo) con ausencia de inflación, sino que además resiente la aplicación de una política económica (monetaria y fiscal) expansiva, que amenaza con desencadenar un proceso inflacionario sin precedentes.
Mala combinación. Esto amenaza con explotar.
Director de Análisis y Estrategias de Inversión Vector Casa de Bolsa.
Fuente: Reforma