Rusia ha provocado una nueva ola de tensiones internacionales al redoblar su presencia militar en Ucrania. Vladimir Putin anexó la semana pasada cuatro nuevos territorios: Luhansk y Donetsk en el este y Zaporizhzhia y Jersón en el sur. La medida fue justificada con varios referéndums que la comunidad internacional ha calificado como ilegales, por lo que las potencias de Occidente impusieron nuevas sanciones económicas. Sin embargo, nada parece detener el avance de los rusos y la amenaza nuclear sigue en aumento.
Tal y como ha sucedido desde la anexión de Crimea en 2014, las nuevas incorporaciones de territorios tienen dos versiones. El Gobierno de Putin afirma que la población salió a votar de manera libre y ordenada para respaldar la ocupación rusa. Asimismo, señala que cumplieron con los más estrictos estándares internacionales en los referéndum. Por otro lado, medios de comunicación han recopilado testimonios que acusan a militares rusos de amenazar a punta de pistola a las personas para votar a favor de las anexiones.
Uno de los obstáculos para discernir lo que está pasando gira en torno a que un porcentaje de los ucranianos ha apoyado desde el principio a Rusia. Los dos países comparten mucho más que una frontera y en algunos casos las diferencias culturales son mínimas. Sin embargo, la narrativa de Moscú nunca ha sido creíble para la Comunidad Europea y Estados Unidos.
La gran duda es qué pasará ahora. Las anexiones surgen después de que Rusia redoblara sus esfuerzos militares tras unas semanas en las que las tropas ucranianas recuperaron parte de su territorio. Putin aumentó el tono de su discurso público y volvió a amenazar con el uso de armas nucleares, lo que provocó protestas en su país y el rechazo de la comunidad internacional. Lo que es un hecho es que los efectos económicos de la guerra seguirán aumentando en lo que resta del año.